Entrevista a Franco Sampietro: Sobre la Fauna del Abismo                                      

 Por María Sánchez              

Acaba de publicarse otro libro del argentino/tarijeño/ecuménico Franco Sampietro, autor que escribe en todos los géneros: novelas, ensayos, relatos, poesía, filosofía, periodismo y con el don de resultar siempre interesante  y en el tema que sea.  Es el título número dieciséis que presenta y en este caso se trata de un poemario: Sobre la fauna del abismo, fruto de los últimos seis años de arte poética.

 Más allá de la dificultad de opinar sobre materia tan subjetiva como es la poesía, el racimo que nos muestra sorprende, básicamente, por el carácter universal que desprende, cuya voz pareciera provenir del fondo de los tiempos, como si su voz fuera de bronce o como si rezara en el desierto. En cuanto al tema, una catalogación minuciosa de casos teratológicos, que sirven como instrumento para desnudar –para denunciar-, la anomalía y maldad del mundo.

Poeta de la vida, al fin y al cabo, le importan las personas y la vida cotidiana; de ahí que se ponga a mirar con minucia “el pespunte” o que se asome “al brocal” para acabar descubriendo lo que nadie observa. A caballo entre lo visceral y lo erudito –unión que podría definirse como el rasgo distintivo de su estilo-, a la denuncia de tanta locura la realiza, por así decir, desde la fuerza de lo irracional, ya que el texto se convierte en una narrativa en el filo del idioma en busca de un colmo de sentido.

 Es de ese modo que las metáforas más arriesgadas conservan una voluntad de comunicación siempre (aunque se establezca más allá de la lógica conceptual ese vínculo), porque su poesía –su obra toda- pretende penetrar como un rayo de claridad en lo oscuro. En suma: la busca de un sentido en este gran rompecabezas cada vez más hermético.

 A fin de no abrumar un discurso original cuyo sentido cabal debe ser catado por el lector en sí mismo, lo que sigue son unas breves preguntas al autor para ilustrar su contenido:

M:-¿Qué es este trabajo?

F:- Un racimo de poesía que se fue gestando de a poco, sin apuro y sin ansias, como una excresencia de la vida cotidiana y a partir de sí mismo: como una maleza agreste. Simplemente, cada tanto me asaltaba una intuición profunda o me encontraba en un estado de sensibilidad agudizada (a menudo, ambas cosas), que me obligaba –me obliga- a dejar todo lo que estuviera haciendo y sentarme a parir el poema, como si se trata de poner un huevo.

 Después que lo daba a luz –al menos en su versión primeriza-, el placer y la relajación bien podrían compararse a un orgasmo espiritual. Es decir –en este sentido- funcionaron como una suerte de terapia.

 Lo curioso es que casi todos tienen el mismo hilo conductor de fondo: la noción de otredad, de anomalía, de criatura nacida entre la locura y como una consecuencia de ella. Y es que todos, en rigor, vinieron en un momento de desasosiego extremo. Y sin embargo, percibo en ellos más una sensación o estado de liberación que de asfixia o claustrofobia, como si estas piezas hubieran servido para sacar al aire, congelar, diseccionar y poder analizar desde afuera, el malestar que producía lo adverso del ambiente.

M:-¿Por qué dedicarse a esto?

 F:- Esta pregunta admitiría dos niveles de respuesta. A nivel irracional, ocurre que la poesía simplemente acontece, “es”. (A algunos nos acontece como poemas, a otros como música o como sensaciones difusas o como paisajes o como epifanías o diafanidades momentáneas). A nivel racional, seguramente, por toda la presión que llevaba encima y que hacían funcionar estos textos (que además eran –son- historias, personajes y situaciones) como una válvula de escape, cada vez más aceitada, más eficaz, más necesaria y perfecta para poder arrancar cada día.

M:-¿Para qué se escribe poesía?

F:-Creo que, más allá de su función, por así decir, terapéutica -lo que sería su fin práctico, pragmático, utilitario-, ese “para qué” tiene que ver con su gratuidad absoluta. Es decir, en un mundo donde todo se hace para lograr un beneficio y donde toda actividad debe tener un sentido funcional o práctico, me resulta de una rebelión impoluta , de una sensualidad exquisita, de un humanismo divino (en el sentido griego del término) que pueda existir algo tan inútil y tan gratuito como la actividad poética. (Y fíjense que la mayoría de los poemarios publicados, incluso como objeto, participan de esa gratuidad: sus diseños son muy simples, humildes, elementales, anti-comerciales, sin ningún aditamento extra literario que llame la atención). Como en la célebre frase de John Keats sobre la poesía: “la rosa es sin por qué”.

Y sin embargo, se trata de un aspecto fundamental del ser humano.   

  Un antiguo aforismo anónimo afirma que “no sólo de pan vive el hombre”, refiriéndose a una dimensión espiritual del ser humano, sin la cual tampoco es posible la existencia. La poesía consiste, precisamente, en ese “alimento” espiritual. Es decir: la poesía es también una necesidad vital, aunque no nos demos cuenta; y también le acontece a todo el mundo, aunque ni siquiera se entere (aunque siempre lo perciba o intuya).

 Como es obvio, al hablar de poesía nos referimos a algo más allá o más acá de los versos: se trata de un modo de ser y estar en el mundo y de convivir con los seres y las cosas. Porque un poeta es básicamente alguien que se siente guardián de un saber elemental y una energía primordial y que cuando muera tendrá otro poeta que lo reemplace, a fin de que la conciencia vaya perfeccionándose, el ser humano se haga más humano y la vida más cabal. Y si de algún modo quisiera que me recuerden, sería precisamente como poeta: alguien cuya emoción es revivida en cada lectura –porque en cada fragmento ha quedado su aliento- y es como si su mismo espíritu continuara latiendo. Al escribir poesía –al vivirla- participamos de esa comunión plenaria, casi se diría sagrada.

Y voy a agregar algo más, que prácticamente nunca se tiene en cuenta: la poesía ha sido, en gran medida, la consecuencia de que las ciudades -incluida Tarija- hayan perdido parte de su sopor provinciano: fueron los poetas quienes les limaron su chatura. Porque el verdadero poeta es el primero que percibe el cambio y por lo tanto el que tiene que hacer sonar la trompeta. Y debe hacerlo a nivel de contenido y también de forma: expresar el cambio en la visión del mundo y expresarlo en un lenguaje novedoso; de allí la frase desmesurada (pero maravillosa) de Nicanor Parra: “como los fenicios, pretendo formarme mi propio alfabeto”.

 En suma: una actitud disidente señala el paso del hombre hacia el centro de acción de la poesía. Aquél que no se adapta a la jaula que le proponen se coloca frente a la sociedad aceptada y manejada por los conformistas. La maquinaria social al servicio de una organización deshumanizada reduce los individuos a números, cerrando las salidas posibles. La poesía, abre puertas y ventanas tanto hacia fuera como hacia adentro: hacia el hombre de carne y hueso.

Dos poemas del nuevo texto

LO QUE LLAMAN MATRIMONIO

                                            Desde que te conocí me convertí en otro.

                                           Y la verdad es que prefiero al anterior.

                                                                                              Frank Zappa

 No hay oráculos ni fórmulas

ni siquiera mapas, pero igual cometemos

la estupidez nefanda de recurrir al rito

para ordenar la vida.

Desde las bajas temperaturas del inconsciente

nos sube esta luz espesa como un caldo

distópicos pesimismos donde el futuro se veía

menos angustioso que este esfuerzo a la deriva

este jugar perenne con la cancha inclinada

desde el centro neurálgico de nuestro descontento.

Cuarenta años en el desierto

cuarenta siglos de estéril escolástica

cuarenta mil vasos de vil alcohol pagano

que no abolirán nunca el azar de esta rutina.

La marcha se reduce al loco esfuerzo

de unirse a la unánime ceguera de la masa

a contar los días apilados

como pastillas grises en un frasco

reflejado en el espejo que nos grita

nuestra metamorfosis en hermanos amargados.

CIRUJA

                                         ¡Abajo el trabajo y quien lo trajo!

                                                                 Juan Filloy: Caterva                                               

 Bajo un cielo de tarántula amanecida

un extraño ser también se despereza

en el ansia de arrancar su cifra al día

y encenderle una rosa a la alborada.

Sobre la sórdida estrechez del mundo

ha armado un lecho con despojos prolijos

y él mismo pareciera que fuera al verlo

un libro venerable con una leyenda secreta.

Un aire fresco de cúmulos nimbus

hace de espejo proceloso de sí mismo

que es como un gozne de curiosidad golosa.

Parece que hubiera, en su repudio sin estuario,

una verdad desnuda anidando en ese gesto:

la solitaria puerta de los desesperados.

Así hecho uno con la respiración del cosmos

(según aprendió de su experiencia abundosa,

como aquel que ha visto el rictus de la máscara)

hay una conciencia en la grieta que nos abre

en el árido corazón de nuestro ritmo cotidiano.

En la gesta heroica de su desobediencia,

del desdén valeroso hacia la usura

el gesto adusto refiere el gran designio

del que ha roto la sutura con los suyos.

Y aunque marcado por el ojo zafio ajeno

-en parte por condena, en parte por envidia-

debido a que parece el íncubo de un hombre

(o un sátiro flechado por la dicha)

admiro una vez más esa renuncia,

hermoso hermano vagabundo.

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