El paraíso lo prefiero por el clima;

                                                                                                 el infierno por la compañía.

                                                                                                                                          Mark Twain

Por       Franco Sampietro

 En el marco de un proyecto de biblioteca digital sobre las mejores obras literarias de Tarija, apareció una maravilla que confirma una vez más la opinión de los que se arriman a ese espacio brumoso: no existe un verdadero corpus literario de Tarija, pero sí varias perlas secretas, esperando a ser desenterradas y rescatadas del olvido.

Para empezar, resaltar que no hay hasta la fecha ni una sola recopilación de literatura nativa, lo que demuestra a las claras el extraordinario atraso y la falta de producción cultural que nos caracteriza; pues como dijo el gran José Rufino Cuervo (máximo gramático del idioma español de su tiempo), “una nación está hecha más de muertos que de vivos”, de modo que desconocer lo propio es desconocerse a sí mismo.

Después nos quejamos de que el pueblo no prospera. Solamente un dato: la biblioteca Tomás O´Connor –biblioteca oficial de Tarija- no tiene ni un solo libro de Tomás O´Connor. En otras palabras: más fácil es repetir que vivimos en un paraíso que tratar de saber de qué clase de “paraíso” se trata).   

Volviendo al hallazgo, debo el descubrimiento del mismo: María Virginia Estenssoro (1902-1970), a Marco Montellano. Nunca antes la había escuchado como a alguien relacionado con la literatura tarijeña, a pesar del apellido. Más bien solamente en La Paz y dentro del ámbito feminista es mínimamente conocida y por su novela El occiso, de1937. Sin embargo, aunque nació en la capital de Bolivia, vivió en Tarija casi toda su niñez y adolescencia y dejó de esa experiencia un libro extraordinario…cuya invisibilidad se explica.

En efecto: lo que Virginia Estenssoro escribe sobre Tarija no es precisamente benévolo . No les soba el ego a sus habitantes. No repite los lugares comunes ya convertidos en eslóganes. No venera a la decadente clase terrateniente (a la que sin embargo pertenece) acostumbrada a privilegios de clase abismales. No se resigna al lugar asignado a la mujer en el medio; por el contrario, lo discute como una leona. No reproduce, en suma, lo que reproducían todos los que decían llamarse artistas o intelectuales hasta ese entonces: inaugura, así, la postura vanguardista.

Alguien vanguardista es quien está fuera de tiempo y de contexto, no sólo por los planteamientos (dramas existencialistas, cuestionamientos ontológicos), sino por la temática  (hipocresía extrema, relaciones fuera del matrimonio, aborto voluntario, derecho a la “calentura” femenina) y también por la estética (párrafos breves, cadencia poética, erudición espontánea). De ahí que Eduardo Mitre haya dicho de ella que “no se parece a nada que se hubiera hecho antes en Bolivia”.

Correcto: Virginia va a encarar la escritura a partir de que el papel del artista es ante todo cuestionar los valores heredados. Va a comenzar mirándose a sí misma y a su entorno, y con una mirada profundamente lúcida, despiadadamente crítica, implacablemente honesta, va a analizar las características de su marco tal cual las entiende ella misma. Lo que plantea, visto con amplitud, es básicamente un desafío; incluso desde la dedicatoria: cuentos “sobre tontos graves e idiotas hieráticos”.

De modo que la ciudad donde vive es para ella “como el brote de una feísima y enorme verruga en un rostro lozano y juvenil”, queriendo significar que lo que depende del medio natural es una maravilla, en contraposición al desastre de la estructura social erigida. Continúa: “el anverso, la espléndida naturaleza; el reverso, una población de rasgos sainetescos”. El campo, es “un idilio encantado, mientras que la ciudad es “un chascarrillo obsceno”. La sociedad material que han forjado  se parece a “una tienda vetusta”, porque se trata de un medio casi feudal manejado por mediocres con ínfulas nobiliarias que premian a los mediocres, explotan hasta el escándalo a los pobres y oprimen hasta la tortura a las mujeres, invariablemente frustradas, aburridas, reprimidas y educadas principalmente para pillar marido. Y ello en medio de un ambiente de maledicencia, difamación, envidia y vínculos endogámicos.

Según su trazo descarnado, que se considere a tal medio un paraíso (“su cielo era el más azul del mundo, su clima el más maravilloso de la tierra, sus mujeres las más hermosas del orbe”) solamente se debe al provincianismo, la falta de puntos de referencia y la estrechez de miras. Porque la apología de la flojera (“allí nadie hacía nada, nadie se movía, nadie emprendía cosa alguna”), según Virginia, no sólo es física sino mental: “la pereza de pensar” asfixiando todas las esferas como una mano en la garganta. Y por si fuera poco, “¡ay! de quien discordara”. Finalmente, un dictamen lapidario sobre la ignorancia, como causa y explicación de todo: “almas simples de vidas mansas y holgadas, caracteres borreguiles, cualquier lance desacostumbrado los perturbaba y los dejaba atónitos”.

El cuadro pesimista es unánime y arrollador: se entiende, entonces, por qué este libro nunca fue difundido. Pero no se justifica; por el contrario: tan extraordinario trabajo debe ser rescatado del olvido. Porque se trata de una pintura social a contrapelo de la oficial punto por punto. Porque aporta una lectura sociológica de invalorable riqueza histórica (describe muchos fenómenos de antaño hoy desaparecidos, como las parientas recogidas, las criadas, el uso de los dudosos títulos de nobleza, el vaivén cotidiano de los clubes sociales, las actuaciones de los poetas oficiales, el uso interesado de los periódicos, el comportamiento en los velorios o los matrimonios concertados). Porque denuncia prácticas nocivas que deben ser erradicadas del todo. Porque estéticamente se trata de una obra revolucionaria y por completo adelantada a su tiempo. Porque se atrevió a ir en contra de la corriente en un ámbito que sigue premiando la trivialidad y el conformismo. Y porque, si fuera poco, se trata de una lumbrera que es mujer, en un medio profundamente chauvinista.

Este libro debería ser leído por todos los tarijeños; pero más aún, por las tarijeñas, ya que retrata infinidad de costumbres, cosmovisiones e incluso instituciones espurias que aún perduran en su contra. También, refleja otro fenómeno que la realidad pareciera confirmar a diario: el hecho de que en Tarija las mujeres leen más que los hombres (lo sabemos quienes vendemos libros) y son más contestatarias y valientes (porque tienen mucho más para perder y por lo tanto más riesgo en ello).

Memorias de Villa Rosa –nombre de la ciudad alter ego de una Tarija más que identificable- es entonces un retrato crítico de nuestro medio hace casi un siglo y visto desde una mujer. Estructurado en forma de cuentos, su unidad impecable podría ser leída también como una novela. Publicado post morten en 1976 por sus hijas, este libro felizmente anómalo no  es comparable con sus pares nativos, sino con lo mejor de la literatura de Hispanoamérica de todos los tiempos. Recuperarlo –repitamos- es mucho más importante de lo que a simple vista pudiera parecer. Conocerlo, es aportar más al desarrollo que los innúmeros discursos vacíos de proyectos que dan vueltas en círculo, así como  los gastos insulsos que parecieran partir de que la cultura consiste en juntarse a chupar.

 

 

 

Deja un comentarioCancelar respuesta

Descubre más desde Periódico El Andaluz

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo

Abrir chat
Escanea el código
Hola, gracias por comunicarte al Periódico \"El Andaluz\"
¿En qué podemos ayudarte?
Salir de la versión móvil